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-42 SlLVERIO DE ZORITA os forjéis ilusiones diciendo : T0nemos a Abrahán por pa– dre. Porque os digo que Dios puede hacer de estas pie– ,,dras hijos de Ahrahán.)) Y al decir esto, señalaha con su mano sarmentosa las piedras rodadas del río. Ya está pues- 'ta el hacha a la raíz de los árholes, y todo árbol que no -dé buen fruto, será, cortado y arrojado al fuego.» La gente sencilla no cesaba de preguntarse: C<¿Será este 'homhre el Mesías?)) La idea no tardó en cundir por toda la región. Cientos ·de peregrinos acudían a :ver al hombre misterioso y a con– sultarle sus dudas. La presencia de aquel solitario, en circunstancias tan •extraordinarias, puso al pueblo en :vilo. Todos querían ver– le y oírle y pedirle consejo. -;, Qué hemos de hacer nosotros?-le preguntaron los ·más sencillos. -El que tiene dos túnicas-les respondió el ipredica– dor-;, dé una al que no la tiene; y quien tenga alimen– tos, haga lo mismo. Eran las dos más ineludibles necesidades las que había -que remediar, si se quería fo1·mar parte <le aquel mundo •que el austero predicador anunciaba. Sin la caridad no se podía conseguir nada. El comer y el vestir es lo primero que necesita el hombre, y por tanto,. lo primero que se •debía dar al que lo necesitaba, si se quería formar parte de los discÍ'pulos de aquel hombre extraordinario. También se acercaron los publicanos, gente de mala 'fama, pero muchas veces de excelente corazón, y le pre– ;guntaron: -;Maestro, y nosotros, ¿qué debemos hacer? -No exijáis nada fuera de lo que está tasado~füé la .eontestación benigna de aquel hombre austero.
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