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120 SILVERIO DE ZORITA Los discípulos se despidieron de Jesús y bajaron a Je– rusalén. Al entrar en la .Ciudad ))or la puerta situada sobre la piscina de Siloé, se encontraron con el ho'mbre del cánta– ro. La alegría de los dos apóstoles fué inmensa, y le siguie– ron confundidos entre la multitud de peregrinos que, como ellos, buscaban alojamiento. Todos los vecinos de la Ciudad tenían obligación de admitir aquella noche a cualquier extranjero que vm1ese, y por eso las disputas que había entre los que querían pernoctar en una misma casa era:t;t continuas. Pedro y Juan siguieron paso a paso al hombre del cántaro, y al cruzar una calle :vieron que se detuvo ante una ))uerta, la abrió y desapareció detrás de ella. ;;....;Esa es la casa elegida por el Maestro-dijo Pedro'-ª; acerquémonos y llamemos. Llamaron, en efecto, y les salió a abrir el dueño de la casa, que ·era el padre de Marcos. Pedro repitió las palabras de Jesús.: -e.El Maestro te dice: ¿Dónde esta la sala en que he de comer la cena con mis discípulos? El dueño, muy gozoso, condujo a Pedro y a Juan a un salón grande, bien amueblado. Era la mejor pieza de la casa. Las lámparas de aceite estaban recién limpias, los co– jines elegantemente bordados, y las alfombras, de capri– chosos colores, extendidas ipor el suelo. En el centro esta– ba un trípode para colocar las fuentes con los manjares. De los muros pendían telas riquísimas y algunos objetos curiosos que recordaban escenas de la :vida de Israel. -Está a disposición del Maestro-dijo el padre de Mar– cos-, y celebraré que le agrade la estancia en mi casa. -Estoy seguro-repuso Pedro.

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