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128 SILVERIO DE ZORITA en d suelo. Después, unos sollozos entrecortados, y más tar– de, este diálogo misterioso : -Padre mío, si es posible, pase de Mí este cáliz; pero no se haga como Yo quiero, sino como quieres Tú. Pedro, al oí:r aquellas 1palahras, se entristeció y recordó la otra escena, ya algo lejana, del Tabor. Aquella con:ver– sación de Moisés y Elías iba a tener su fatal cumplimiento. Una pena horrible le oprimía. Quería evitar a toda costa que su Maestro sufriese, pero los acontecimientos se iban enredando cada :vez más. Parangonó las dos escenas; pero ¡ cuán distintas las en– contró!; En el Tabor, Jesús lleno de luz; aquí, lleno de congoja; allí, Él deseando prolongar la escena indefinida– mente; aquí, con ansias de que pasase la noche cuanto antes... Pedro vió que Juan y Santiago se habían dormido, y esto fué para él nuevo motivo de tristeza. Oyó a Jesús sus- 1pirar y orar cada vez con más fervor, y entonces, por esa reacción psicológica del que ha luchado más de lo justo solo, creyó que el sueño sería su mejor solución, y así, dejándose vencer, quedó dormido. Mientras los tres apóstofos dormían, Jesús luchaba con la tristeza. Vino a sus discípúlos y los encontró dormidos. Aquel sueño de sus .apóstoles predilectos fué para Él como una bofetada. Él velando, y sus más ÍlltÍmos amigos dur– miendo. Se acercó a Pedro, le despertó y le dijo: :,_;Simón, ¿duermes? ¿No has podido velar una hora? Velad y orad ,para que no entréis en tentación. El espíritn está pronto, mas la carne es flaca. ¡ Pedro, que una hora antes había prometido con jura– mento ml)rir antes que abandonar al Maestro, se había dor– mido ·como un vulgar muchacho:!!

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