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B A J O E L A N I L L O D E L P. E S C A D O R 139 patio. Todos miraron atrás. Pedro lo hizo también, y sus ojos se encontraro~ con los de Jesús. Aquella mirada del Maestro le :traspasó el alma. Pedro comenzó á sentir un ahogo y una intranquilidad que no pudo resistir. Salió inmediatamente del patio, y, ya en la calle, lloró amargamente. !i.Ei·an las tres de la mañana'!:... Por las calles de Jerusalén iba Pedro sollozando como un chiquillo. Las piernas se le doblaban, el pecho le tem– blaba y por las mejillas le caía un reguero de liígrimas. ¡ Ahora comprendía la enormidad de su pecado'!... Vagó 1 por las calles como un loco, sin orientación fija, hasta que la luz del nuevo día le hizo ver con clariéla:d los objetos. Todo le parecía un sueño. La tristeza le ahogaba. Los ojos le escocían. En la garganta sentía como un nudo que no le dejaba tragar la saliva... Y siguió andando, an– dando, hasta que, en una bocacalle, se encontró con Juan. Al :ver a su compañero, Pedro rompió a llorar descon– soladamente. -¿No te apenes así-le dijo Juan-;. el Maestro nos lo había dicho antes de que sucediese. Ven con:m.igo. Vamos a :ver a María, la Madre de Jesús. Yo te presentaré a Ella, te disculparé, y Ella, al :ver tus lágrimas y tu arrepenti– '1:tiento, te admitirá en su compañía. Ven conmigo. Tu llanto horrará tu ipecado... Por las calles de la Ciudad comenzaban a circular lo!l primeros aguadores con sus asnos. La gente del campo pre– paraba los utensilios de labranza. En las casas se oían las prímeras canciones de las mujeres.

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