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142 SILVERIO DE ZORI1':A hacer milagros... ¿Pero no lo tuvieron también los prof,e,– tas y murieron? ¿Qué extraño era que Jesús hubiera muerto? Su confesión de Cesarea hoy le parecía una vulgar ma– nifestación de Ja impetuosidad de su carácter. ¡ Qué die– tintas :veía ahora todas las cosas, a través de aquellas la– grimas que parecían quererle cegar po.r completo'! ... Estaba Pedro con estos pensamientos, .(mando en la puerta de la casa dieron unos golpes suaves. Pedro tem• bló. Sabía que le buscaban en Jerusalén, y temió por eu vida. Pronto, sin embargo, recobró la calma; El que llamaba era Juan, que venía a traer las últimas noticias que circu• laban por la .calle. -Cuéntame, Juan, algo ;mas sobre la muerte del Maes'.c tro. Me interesa tenerla grabada en la memoria. ¿ Cómo murió? --'¿No oíste ayer, hacia la hora nona, un fuerte tem- blor de tierra? -Sí, lo oí. -Fué el momento en que fosús expiró. --¿ Y tú crees que resucitará? -eAsí nos lo •prometió cuando vivía . ......,Si resuciiase, aún podía renacer en nosotros la espe– ranza de Vlilr restaurado el reino mesiánico. -No hables así, Pedro. Me molesta que tú dudes de las palalll'as de Jesús. El que pudo dar la vida a la hija de Jai:ro, y· al hijo de la :viuda de Nafo, y a Lázaro después de cuatro clfas muerto, ¿no }1och·á dársela a Sí mismo? -También Eliseo resucitó al hijo de la Sunamita, y murió para siempre...

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