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BAJO EL ANILLO DEL l'ESCADOR. 143 En estas razones pasaron Pedro y Juan parte de la no– che del sábado. Pedro, cada :vez más apenado e incrédu~ lo; Juan, cada :vez más confiado en la palabra de Jeiút. Por las ventanas del cenáculo comenzó a entrar la lu.z del primer día de la semana. Era una ·mañana típica de Jerusalén. Los edificios se recortaban en silueta sobre el horizonte. Las taipias de los huertos se iluminaban '.(>oco a poco del lado del oriente. Los cipreses salían de enlre lH tinieblas como ·negros centinelas de la noche. Los ()livos, de hojas de plata, brillaban heridos por la luz Jimpísima del sol. Eran las seis de la mañana. Por el monte de los Olivos aparecía el sol como un disco de fuego. ¡ Qué do recuerdos tristes t1·aía a ambos discípulos aquel monte, ahora tan luminoso y tan espléndido! Los aguadores volvían de la fuente de Siloé con sus horriquillos cargados. En las puertas de las casas las mu– jeres madrugadoras comentaban los suces<?s del viernes. Por una de las calles más tortuosas, caminaban María .de Cleofás, Juana y Salomé. Llevaban aromas para perfu– mar el cadáver de Jesús. Cerca del huerto de José de Arimatea se preguntaron! ---.¿ Quién nos separará la piedra del sepulcro? -No os preocupéis-dijo entonces Juana-. El mismo hortelano, que a estas horas estará en el huerto, nos ayu• dará a remover la piedra. -Pero si ha dicho Juan-repuso Salomé-,.que los del Sanedrín han sellado el sepulcro, .. -Derramaremos entonces el perfume a la entrada. El
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