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B A J O E 1, A N I L L O D E. L P E S C A D O R 145 consternado. Llamó inmediatamente a Juan, y ambos sa• lieron camino del sepulcro. Los dos corrieron a una, pero Juan, más joven, llegó primero, mas no se atrevió a en– trar. Detrás vino Pedro jadeante, y má¡s decidido, entró inmediatamente en el sepulcro, donde vió las fajas que ha– bían envuelto el cuerpo del Maestro y el sudario que cu• brió la cabeza, no con las fajas, sino doblado y colocado cuidadosamente en .un sitio aparte. Los dos discípulos se miraron sin decirse nada, pero sus miradas fueron más elo– cuentes que sus palabras. En el alma de ambos se verificó un cambio extraño. Regresaron rá!pidamente a casa para hacer a los demás partícipes de aquella felicidad que ellos gozaban. Descen• dieron del Calvario con el corazón lleno de un gozo indes– criptible. Fué un momento decisivo en su vida. Se creye• ron más fuertes, más decididos que nunca. Les pareció que les habían nacido alas para andar más rápidamente, y que la nube, que hasta entonces había oscurecido su inteligen– cia, se había disipado, lo mismo que la neblina de aquella fresca mañana de abril, herida por los rayos del sol. Cuando María de Cleofás, Juana y Salomé llegaron al cenáculo, Pedro y Juan ya habían dado la noticia de la resurrección del Maestro. Fué una manifestación de ale– gría en toda la casa cuando las tres mujeres se abrazaron a María la Madre de Jesús y le contaron, con la viveza pro– pia de mujeres, lo que habían visto en el sepulcro. Pedro, sin poder contener aquella alegría, se retiro a llorar a un lugar apartado para gozar en la soledad de aquella gracia que el Maestro le había concedido. Cuando más ensimismado estaba en su llanto, observó que la estancia se iluminaba. Abrió los ojos despavorido y vió a Jesús que le sonreía... Frié un momento indescrip~ 10

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