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152 SILVERIO DE ZORITA Y a al atardecer echaron las redes al hombro y se diri• gíeron al lago. Allí estaba la barca de Pedro, en el mismo lugar donde él solía amarrarla. Al :verla se le humedecieron los ojos. [¡ En aquella barca había estado tantas veces el Maestro!'... Entraron en ella, se distribuyeron los remos y Pedro cogió el timón. Cada palmo del .lago les recorda-. ha escenas en las que el Maestro había tenido principal pa– pel. La pesca milagrosa, las tempestades apadguadas, lo.s días felices de sus predicaciones... Desde aquella misma barca había Jesús realizado multitud de milagros que aho– ra recordaban con toda :vi:veza y detalle... Cuando llegaron a alta mar, prepararon las redes y las lanzaron al agua. La noche no pudo ser peor. Esperaron horas y horas, y ni un solo pez entró en las mallas. 'Al amanecer recogieron las 1·edes y s~ volvieron a casa completamente desilusionados. En la orilla vieron a un joven desconocido, que les gritó: -Muchachos, ¿no tenéis .a mano nada que co_mer? Les extrañó ver aquel joven en aquel lugar y a aquella hora de la mañana, pero no le dieron. mayor importancia. · · -,Sin duda~dijo Pedro~, a ése le ha sucedido lo que a nosotros. Habrá estado toda la noche bregando y no ha pescado nada; con el ejercicio se le. ha abierto el apetito. Y ]evantando la voz, contestó al misterioso jo:ven : -Según veo, ha sido una mala noche para todos. El jo:ven levantó el brazo, y señalando a la derecha de la harca, les dijo con cierto aire de suficiencia : ----'Echad la red a la derecha, y hallaréis. Por esa condescendencia que existe entre los que tra• bajan en un mismo oficio, echaron la red. donde les decta el forastero, y el éxito no pudo ser mayor. La cantidad de
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