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154 SILVERIO DE ZORITA Jesús tomó entonces el pan del rescoldo y les dió a to– _dos para que lo probasen; lo mismo hizo con el pez. Comieron con apetito, pues estaban sin tomar nada desde la noche. Terminada la comida se levantaron, y Jesús, mirando fijamente a Pedro, le preguntó : -Símón, hijo de Jonás, ¿me amas más que éstos? Pedro quedó sorprendido de aquella pregunta. No la esperaba, y,' a decir verdad, le entristeció. En otra oca• sión, algunos días antes, nada más, hubiera respondido a ella con un «SI» solemne y enérgico, pero hoy estaban tan recientes las tres vergonzosas negaciones... No tuyo valor más que para bajar los ojos. Para Pedro su triple negación había sido el desastr~ espiritual más grande de su yida, y su triste recuerdo nQ lo podía olvidar jamás. Por eso, ante aquella pregunta de Jesús, tan inesperada, se limitó a contestar sencilla, pero efusiyamente : -Señor, Tú sabes que te amo. Pedro amaba a Jesús. Nunca dejó de amarle, aun en medio de sus negaciones. Su pecado ~o fué de malicia, fué de miedo, de debilidad. Jesús lo sabía muy bien; por eso no se había arrepenti– do de la •promesa que le había hecho en Cesarea de Filipo. -Apacienta mis corderos-le dijo. La misión que encomendaba a Pedro era clara y tras– cendental. Jesús había dicho que Él era el Buen Pastor, 'Y ahora daba a Pedro esa su potestad, al mandarle cuidar sus corderos. Pero era menester que los labios que se habían abierto para negarle tres :veces se abrieran también y se purifica– ran afirmando tres :veces que le amaba.

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