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102 SILVERIO DE ZORITA Los parientes se marcharon disgustados. Creyeron po– der llevar a Jesús con ellos para exhibirlo, sin duda, en la Ciudad Santa, y recibieron la más rotunda negac'ión. Pedro les oyó y estuvo a punto de echarles en cara aque– lla forma soez de tratar a su Maestro, pero se contuvo; Los anuncios reiterados de una muerte afrentosa traían a Pedro 1 preocupado, y todo lo que fuera acercarse a Je– rusalén le estremecía. Por e~o recibió la negación de Jesús con la alegría que es de suponer. Las circunstancias habfancambiadq muchodesde aquellos días, un, poco lejanos, de la iniciación del apo'stolado,, y los sucesos desagradables ·se iban ;¡:epitiendo cada vez más. Los príncipes ·y los sacerdotes del pueblo estaban claramente contra Jesús; el mismo· Maestro procuraba hablar menos en 1 público, y hasta los milagros -eran ca:da vez más raros¡ ¿Se habría cansado de luchar y prefiriría dejarlo todo? Pedro no pudo admitir esta idea, pues el ansia de fun– dar. el reino mesianico Je acuciaba insistentemente, pe1·0 la contestación que Jesús acababa de dá1· a sus parient~s le había desorientado una vez mas. - j Qué ocasión más propicia..:_se decía-para 1 ¡nocla– marse rey de Israel! ¡ Sólo un milagro, un discurso, una or~ den, sería suficiente para que todo el pueblo le siguiese·! ... *** Estaba Pedro revolviendo en su imaginación éstas co– sas; cuando Jesó.s le 'llamó aiparte y le ordenó que ~euniese a los doce. · Cuando 'estuvieron todos· juntos, Jesús les dijo resuel– tamente: -Vamos' a Jerusalén.
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