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aquella crítica situación. Solamente la torre de poniente peleó heroicamente durante algunos días, pero al fin fue volada. En trance tan di– fícil y apurado, sin agua con que abastecerse los soldados y demás gente, sin casi municiones ni artillería con que pelear, fue forzoso levantar bandera blanca y rendir la plaza, para salvar la vida de los sitiados. Así se hizo el 30 de abril, después de establecer previamente las condi– ciones, entre las cuales una era que cuantos se encontraban en Mámora, quedarían en calidad de prisioneros, a excepción de seis: el goberna– dor, el veedor, dos sobrinos de éste y los dos capuchinos que en aquel tiempo hacían de ca– pellanes, cuyos nombres. conocemos: PP. Andrés de La Rubia y Jerónimo de Baeza. Ese mismo día entraron los moros en Má– mora y se adueñaron de todo cuanto en ella había, considerándolo como botín de guerra. Gran consternación causó en toda España la noticia de la pérdida de aquella fortaleza. Se consideró más tarde como un deshonor el que siguiese en poder de los moros y hasta se trató de recuperarla; para ello se solicitó incluso el auxilio de Portugal, pero nada se hizo práctica– mente y en poder de la morisma siguió en adelante. Cuantos se encontraron en Mámora, al ren– dirse, fueron de momento llevados a Mequinez, residencia de Muley Ismael, distante tres días de camino. Con ellos fueron asimismo trans- -- 31 -
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