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compartida, y no dictatorial. Entre ellos la autoridad, el poder, es realmente un servicio a la comunidad, y no un autoritarismo, un despo– tismo, o un aprovecharse de la comunidad para intereses personales (cf. 1971 !quitos, 42). Todo esto evita -por otra parte- tener policías. Ultimamente está surgiendo un cargo nuevo que tiene como tarea orientar el relacionamiento con el blanco -como ellos suelen denominar a las personas de la cultura occidental-. Esto se da sobre todo en las comunidades que ya tuvieron algún contacto con dicha sociedad occidental. Cargo que se le encomienda a una persona; -la reunión y las decisiones comunitarias: el indígena organizó de tal modo su vida que la reunión, el encuentro de las personas como personas se convirtió en un componente esencial y necesario de su vida. Las decisiones importantes no competen exclusivamente al pequeño grupo de jefes-consejeros, sino a toda la comunidad. Dichas decisiones se toman en las reuniones, en los encuentros; -la religiosidad del indígena: lo religioso impregna la vida el indígena de modo que no hay dicotomía entre lo religioso y lo profano. Eliminar su raíz religiosa es eliminar su identidad. 22 Sus celebraciones religiosas -con sus ritos y sacerdotes- tienen un carácter eminentemente comunitario; -su educación para la comunidad desde un clima de libertad: el indígena no está sujeto a un horario, que -por otra parte- es un subproducto y medio del proceso de lucración. Es una persona asistemática, que al mismo tiempo propicia una estructura donde cada persona sea valorada como tal, pues el hombre tiene tiempo para pensar en el otro. Su proceso de educación se caracteriza por el ejercicio de la libertad. El indígena por encima de todo es libre, no siendo obligado a hacer lo que no quiere al mismo tiempo que se le capacita desde niño a vivir en comunidad y para la comunidad, no como un miembro inútil o débil, sino como persona madura y creativa que se vale por sí misma y 22 El dolor que sienten los indígenas al verse destruidos incluso en lo religioso les lleva a decir en el s. XVI: "Dejadnos, pues morir, dejadnos perecer, pues nuestros dioses ya están muertos": M. LEON-PORTILLA, A conquista da América Latina vista pelos índios. Relatos aztecas, maias e incas, Vozes, Petrópolis 1984, 18. · 67
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