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214 CORRESPONDENCIA DE LA M. ANGELES CON EL P. MARIANO que es imposible poderlo explicar. Un momento duró nada más, pero mi alma mejoró muchísimo en el amor y estimación del inefable misterio de la Encar– nación, de mi Dios Humanado, del Verbo hecho carne, de la deífica Humani– dad. elevada al Se.r de Dios. ¡ Qué cosa más divina! Como movida por un resorte secreto prorrumpí en esta alabanza que la. Iglesia Católica canta en su obsequio: Tu solus sanctus, Tu solus Dominus, Tu solus altissimus, lesu Christe. La infinita grandeza de Dios, de la Divini– dad y del Verbo Encarnado mostrábanse a un tiempo, si bien lo primero que se me impuso fué la Divinidad a la manera que vió S. Juan el trono de Dios y después el Cordero en medio del trono (2). No quiero decir con esto que vi trono ni Cordero, no; ni siquiera me acordaba de este pasaje de la santa Escritura; pero sí es cierto que mientras gozaba el sentimiento de la soberana grandeza de Dios, se me impuso la Encarnación, o sea el Verbo Encarnado, como nna misteriosa aparición o descubrimiento de arcano divi– no en el seno mismo de Dios. Al mismo tiempo, y como si el conocimiento ex– perimental que se me concedía de la inefabilidad del Verbo fuese participación de la que gozó la Santísima Virgen, tuve conocimiento de la humildad y ano– nadamiento profundo de la Señora en el acatamiento de su divino Hijo con cierta presencia velada de la misma Virgen Madre. La respuesta de mi alma a las manifestaciones divinas fué como siempre: amar, gemir y ansiar. Hacía días que no gemía ni lloraba, pero apenas se impuso mi Dios, cuando mi alma <lió señal de vida. 3.-Poco después recibí las dos cartas del 28 y 29. Excuso decirle el efec• to que me produjo el ver el asunto o contenido de ellas (3). Reconociéndome indigna de orar dfohas cartas sin previa preparación, pensé repetir la oración de las cartas precedentes y disponerme para consagrar al Verbo Encarnado el resto del retiro. Con esta intención fuí a Misa Mayor-estamos en la Nove– na-, y, exceptuados algunos ratos, pasé el día ocupada en Dios y con Dios, orando dichas cartas y gozando el sentimiento de la presencia de Dios con al– guna viveza. 4,.-Los ratos exceptuados son los que pasé fuera de Dios, mirándome a mí misma, recordando mi vida, pecados, etc., o repitiendo el consabido proyecto de dejar el cargo, etc., que pasé, como siempre, disipada. La disi– pación se acentuó esta mañana. Lo poco que he hecho desde que me levanté (2) Apoc., VII, 11 y sigs. (3) Las dos cartas versaban sobre el Verbo Eterno.
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