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CARTA CXCIX, 29 NOVIEMBRÉ 1920 21Í qtie me lleve donde están Enoc y Elías y en su compañía viviré sólo para El hasta el fin del mundo, que para entonces ya me habré santificado, y caso que no, que les acompañe en la predicación los últimos días del mundo y sufriré el martirio como ellos para merecer la visión beatífica; que no permita V. R. me obligue a tratar con las religiosas y menos a escribir. 2.-He aquí la lamentación que últimamente (al mediodía) ha cantado o llorado mi pobre alma, aunque los ojos no derraman ni una lágrima, pues esta clase de sufrimiento es frío y seco, lo único que produce es la inquietud Y desesperación. Infortunada alma mía, desgraciada; mira, mira lo que has sa· cado de tantos sacrificios y privaciones sufridas por amor al prójimo, por un falso celo del bien ajeno que te inspiró, sin duda, el demonio, enemigo capital de tu felicidad; la pérdida irreparable de infinitas comunicaciones di– vinas que Dios, mi Dios querido, me ofreció y puso a mi disposicíón, cuya privación me costó la horrible violencia e intensa pena de daño, que recuer– das perfectamente y que todavía repercute, y esto miles de veces. Pobrecita mía, qué poca suerte· has tenido, pues a fuerza de tantas penas y tribulaciones y privaciones divinas te labraste tu desventura. Menester es haber perdido el corazón, todo noble sentimiento y vocación a la santidad, para no morir de pena en vista del cúmulo de penas y desgracias que acompaña a mi vida de sufrimiento. ¡ Dios mío! i Dios mío! Tú para quien no hay pasado ni fu. .turo y tienes presentísimo lo que mi pobre alma ha sufrido en las repetidas crisis dolorosísimas, noches infernales, etc., etc., ¿no te compadeces de tu pobre y desgraciada hija? ¿No me proporcionarás el medio de resarcir las pérdidas habidas y remediarás mis yyrros? ¿Permitirás que yerre de nuevo mi vocación y a fuerza de tribulaciones me meta de cabeza en el infierno en lugar de arribar a la playa divina de tu clara visión? No, Dios mío, no lo permitas. Si son mis gravísimos pecados la causa de tus permisiones divinas, tan dolorosas para mi pobre alma y perjudiciales, sabes que estoy arrepentí• da y que mi deseo es enmendarme de todo lo que en mí te desagrada. Soy la extensión de tu Ser, de ese Ser divino que adoro y amo con delirio y estimo más que la propia vida; soy la irradiación de tu vida, de tu inteligencia, un abrasado suspiro de tu corazón; si te merezco, pues, algún interés como tuya que soy, alguna ccmpasión, líbrame, sustráeme enteramente al comercio hu• mano, al apostolado de las obras, a todo trabajo u ocupación que reclame mis facultades y obliga a pensar y obrar a modo humano. Defiéndeme, pro• téjeme contra los enemigos de tu vida divina, de tu imperio soberano en mi
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