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CARTA CXCVIII, 28 NOVIEMBRE 1920 207 religiosas, de haber perdido el cariño y celo que tenía hacia ellas, etc., etcé– tera; y buscando el motivo, parecióme era uno la malicia y egoísmo que ha– bía palpado en algún corazón, los desencantos y, sobre todo, los horrores que había sufrido con la convicción de la inutilidad de mis sacrificios, de no haber sacado otro fruto que gravar mi conciencia con innumerables peca– dos y la irreparable pérdida de tiempo y de bienes espirituales, y la malicia que .adquirí, además de la que ya tenía, pues, aunque siempre fuí perver– sísima, creía que era yo sola la mala y no era capaz de juzgar mal de nadie hasta que lo palpé una y otra vez. En la renovación de confesiones que hice con el difunto P. Zapatero, va a. hacer un año, me lamentaba de la malicia que había adquirido y de no poder dejar de juzgar mal, mientras se repetía la historia de desencantos; lo cual me costaba, pues, aunque fuí siempre malí– sima y lo soy más que ninguna, es violento para mí juzgar las cosas a modo humano y mucho más ver la malicia del corazón humano en el prójimo; y al ver el sufrimiento que me causaba esto, el buen Padre me aseguró que se me quitaría pronto. Afortunadamente acertó, pues Nuestro Señor me pro– porcionó el medio de la dirección. En la comunidad reina una paz profund¡i; nunca conocí tanta sumisión y respeto al principio de autoridad; las religiosas se prodigan en el cariño y estimación hacia la Superiora, aunque ésta sea tan indigna y relajada como el sepulcro blanqueado y la muy grandísima pecadora [que soy yo]. Pero ni esto ni otros motivos poderosos para interesar un corazón que palpite, aun– que levemente, es capaz de conmover el mío ni de inspirar el menor interés. He sufrido tanto, tantísimo, que ni una sola vez se me ocurre que es posible que tenga que volver a ponerme en contacto con las almas sin que la mía se alborote y se niegue· rotundamente. Lo qüe digo del cargo de Abadesa y comercio verbal, se entiende del tra– baj q escriturario, cualquiera que sea, y con más intensidad, pues encierra éste una historia más dolorosa todavía que el cargo, y n:o era necesario como parece fué mi intervención en la comunidad hasta la venida de Sor N. Hóy no lo es; al contrario, mi continuación en el cargo sería perjudicial a las· religiósas, especialmente jóvenes, que necesitan una Superiora cariñosa y celosa, y, aunque esté delicada, que tenga más salud que servidora. . ·> 3.-Le ruego, pues, amadísimo Padre; que ni en sombra me presente el ~po 0 st¿lado de las obras en mi camino, pues ante esta idea retrocedo. Quiero perderme en Dios, en El y por El, con El y para El amar a todas las almas capaces de conocerle, y rogar para que consigan su fin; pero tratar con éllas,

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