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198 CORRESPOUDENCIA DE LA M, ANGELES CON EL P. MARIANO mihi f aciem tuam ( 4), etc., y después en la de la Generación eterna, después de adorar el Rostro o la Imagen de Dios respectivamente, amarle con la estima– ción y entusiasmo infinito-si pudiera-que el Padre le ama, adherirme en unión del entendimiento y voluntad divinas con su fuerza e impetuosidad, be– sarle, etc., esperaba que el Verbo me correspondiera con su beso inefable, acompañándole con una entrega-como yo lo hacía-, y así le suplicaba que yo, con permiso del Eterno Padre-de cuya buena voluntad para conmigo esperaba el consentimiento y la extensión a mi alma de su Verbo-, me apo– deraba de su divina Persona y en cuanto era de mi parte lo traspasaba a mi alma: que respondiese, pues, a su deseo y afanes transfundiéndose en mí, in– formase mi vida, se apoderase a su vez y me traspasase a su seno, pues en El quería referirme al Padre y ponerme al servicio de su gloria y felicidad. Así lo hacía; y al. presentarme en el acatamiento del Padre divino y postrada de hinojos en unión de la santa Humanidad y con el afecto y veneración infinitas que se postraría la divina Persona del Verbo si no fuera igual al Padre, al suplicar a Dios Padre que recibiera mi alabanza en unión de la gloria y alabanza infinita que le tributa a su Unigénito por la Generación eterna, el amor, estimación y gratitud que le profesa, etc., etc., como estos homenajes estaban envueltos en gloria y son jubilosos, se imponía a mi alma la necesidad de alabar al Padre, glorificarlo, etc., sufriendo y, como la Huma– nidad Santísima, de aceptar un cáliz, una cruz, y testimoniarle mi amor y gra– titud, padeciendo y muriendo como Jesús. Otras veces, en el mismo crítico momento de pedir al Padre que reciba mi humilde y pobre alabanza, poner– me con el Verbo al servicio de su gloria, etc., me recordaba el ofrecimiento que hice el año 1908 ó 1909 de padecer los dolores que me aquejaban y todos los trabajos y sufrimientos que Dios quiera infligirme en agradecimiento de la Generación eterna del Verbo, de sus perfecciones y tesoros divinos, etc., y obligada por un impulso interior ratificaba el ofrecimiento, cuya respuesta era siempre la misma: un cáliz, una cruz, veladas ambas, que se cernían so– bre mi cabeza, mejor dicho, se presentaban como sostenidos por mano invisi– ble en la luz clarísima que rodeaba el Ser divino . Me cuesta hacer estas manifestaciones, y lo hago con mucho miedo por el pavor y repugnancia suma que siento hacia una cruz, la única que temo (5) ; y por esto, porque la temo y temo tanto, es la única que se me ocurrió en la (4) Exod., XXXIII!, 13, que forma el argumento del dfa 17. La penitencia impuesta era la siguiente: "Buscar cien veces, adorar y besar el Rostro de Dios." (5) Como más claramente se verá por las cartas siguientes, la cruz que tanto temía era el trabajo escriturario.

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