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COJlRESPONDENCIA DE LA M. ANGELES CON EL P. MARIANO en su carta del 8 leí la interpretación de la Santa Escritura que dice: Excita potentiam tuam et veni, ut salvos facias nos (2), entendí lo de siempre y quise pronunciar un no que me sustrajera para siempre de la cruz tan temi– da, de la única cruz que conozco y que es pesadísima, insoportable. Mas como soy incapaz de negar a Dios lo que le plazca exigir de mi pobreza, me apresuré a pasar adelante, repitiendo lo mismo todas las veces q~e oré la carta de referencia, para no comprometer mi felicidad ni el perfecto equili– brio de mi voluntad en la divina. El 12 por la mañana, recordando dicho párrafo de la carta, perdí el equi– librio y me preparé para una protesta en contra, si algún día me impone la obediencia el apostolado de las obras, especialmente el trabajo escritura– rio; y se inició la tentación contra la dirección. Volví a mi habitual resig– nación e identificación con la voluntad divina, cuando me adherí a mi Dios Humanado para cumplir la penitencia que me impuso en la carta del 11, merced a la soberana influencia que ejerce en mi corazón el amor y estima– ción que profeso al Verbo Encarnado, intensificados con lqs sentimientos de gratitud que me inspiraron mis queridos difuntos más con la participación del Amor increado o el doble socorro que se dignaron prestarme la primera y tercera Persona de la Trinidad para obsequiar al Verbo, y otras cosas, especialmente lo que :i.ndiqué anteriormente respecto del deseo de testimoniar mi gratitud dando la vida, etc. Mas anoche reivindicó sus derechos mi liber– tad, preparóse para una negativa (caso que algún día la obediencia me re– quiera para las obras); y desde entonces estoy disipada, no he hecho cosa de provecho. Esta mañana al asociarme a los santos Serafines para contem– plar a mi Dios, amarle, etc., quise revestirme de las seis alas, o sea de las vir– tudes que V. R. aplica o ve en ellas, de las cuales dos, las primeras, son fe y obediencia ciegas, cuyas virtudes he procurado siempre asimilarme y per– feccionar (aunque no he leído la carta epistolar), dirigiéndolas al doble ob– jetivo, Dios y mi Padre espiritual. Entendí, pues, que mi fe y obediencia han perdido su perfecto equilibrio por haber asentido a la tentación que me tra– baja y hasta que deseche o ahogue esta rebeldía y no acepte la voluntad de Dios absolutamente, cualquiera que sea la forma en que se me aplicará, y con una fe ciega sin mirar en los medios de que dispongo para cumplirla ni en los sacrificios temporales que me pueda costar, sino sólo en la gloria de mi Dios, que no estoy en condiciones de perderme en El. (2) Salmo LXXIX, 3.

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