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, · , CÁRTA CXCIV, 14 NOVIEllfBRE 1920 187 el inestimable tesoro de la humildad, ni el santo temor. En io sucesivo ten– dré más cautela para ocultar lo que no me conviene exhibir, y en lugar do tanta charla inútil, de emplear el tiempo en escribir historias interminables de lo que pasa en el mundo superior, consagraré mi vida a amar a mi Dios, ya que es lo único que puedo, pues secóse la fuente de las lágrimas (si la hubo alguna vez) y ni siquiera revive el gemido que en períodos anteriores me merecía el perdón y la misericordia. 2.-Desde ayer tarde estoy disipada; no puedo recogerme o tener con– templación intensa, aunque estoy en la presencia de Dios. Lo que me ha in– quietado y disipado es: primero, la dificultad que encuentro en unir las dos ideas o verdades que contienen sus cartas, o sea que no puedo estar a la vez en Dios y en mí, conocer su bondad y mirar mi vida desastrosa, ni llorar ni arrepentirme si no es en el Amor, en aquella caridad divina qué movió a Dios Padre, a mi Padre divino a entregarme su únfoo Hijo para que viva por El y sea mi redención y justificación, y en el que Dios se tiene a si mis– mo, en cuyo amor p:iérdese divinamente el arrepentimiento y remordimiento con aumento del mismo amor y gratitud hacia mi Dios Padre y estimación del divino Redentor y Mediador, de tal manera que quisiera testimoniarle esta estimación, amor y gratitúd, etc., dando la vida y otra cosa que me cos– taría más que la vida. Fuera de esta sepultura o identificación con el Amor increado no puedo arrepentirme ni llorar ni hacer nada bueno, sino morirme de frío. Lo segundo, consecuencia del motivo expresado, es la rebelión o desequi– librio de la voluntad, que no estoy indiferente para todo, sino que hay algo que rechazo. Me explicaré. Desde 1907 hasta el 26 ó 27 de junio del pre– sente año, sufrí en ocasiones terribles e infernales tribulaciones ante la inu– tilidad de los muchos sacrificios y privaciones (divinas) dolorosísimas que me costó el apostolado de las obras impuesto por la obediencia y que yo ha- ' bía aceptado, pensando que resultaría de ello alguna gloria a mi Dios, aun– que con detrimento de mi felicidad y aun de mi santificación, que esto siento y lo siento siempre. Consérvase vivísima en mi alma la dolorosa impresión del sumo padecer y agonía desesperante de estas crisis dolorosas; y es por esto que la simple aprensión de la posibilidad de verme 'algún día obligada a aceptar· dicho apostolado (especialmente el de la pluma) me hace temblar, excepto los momentos y horas que la cruz se presenta indentificada eón la gloria de mi Dios Humanado, cuya estimación dulcifica mi pena, aunque no la destierra, y alivia mi temor y repugnancia suma. Pues bien: cuando

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