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150 CORRESPONDENCIA DE LA M. ANGELES CON EL P. MARIANO presentaba ésta el aspecto de un templo o santuario y mi alma establecida en su centro empezó a perderse en Dios. El cristal desapareció como si me hubiese compenetrado a fuerza de repetir los actos de adherencia. En estos actos de adherencia d.e los primeros a los últimos noté la diferencia que hay de las comuniones espirituales que· practica un alma unida a Dios transito– riamente a los abrazos de quien lo posee en su seno. Me explicaré.. Hubo un tiempo en que me sentí fuertemente apremiada a resarcir a Jesús la frialdad e ingrata correspondencia del género humano al soberano beneficio de la Encarnación, cuyo misterio se perpetúa y retiene al Verbo en el seno de la familia humana, de la que forma parte. Sentía necesidad de tributarle todos los homenajes de gratitud, amor y respeto que se le deben y le niegan los ingratos e ignorantes, y al efecto recibirle en mi seno tantas veces cuantas son los individuos de la naturaleza humana. Pero poseía a Dios Humanado en mi seno, lo veía extendido en todo mi ser y no podía buscar fuera por la comunión espiritual lo que poseía, y en lugar de repetir comuniones espirituales repetía los abrazos, me abrazaba y adhería a mi Dios Humanado en mi interior cada vez con más amor, perfección e in– tensidad, y así a El fuertemente adherida le hacía infinitos obsequios en nom– bre de todos los hijos de Adán, que no estiman su presencia en la naturaleza humana ni conocen las relaciones que establece la Encarnación entre el. Ver– bo y los hombres. Cosa parecida me acontecía en los actos de adherencia a mi Padre verdad. Al principio era un acto formal de adherencia; después, una identificación, abrazo o posesión cada vez más íntim~, porque adherida a V. R. lo estaba ya. Imposible explicar la fuerza suave, eficaz, divina que impulsaba mi alma para repetir estos actos, y el hambre y sed de vida divina que lo acompañaba. Nuestro Señor mismo me llamaba y atraía con fuerza suavísima, mostrándose ora a través ora identificado con mi Padre, produ– ciendo en mi alma un ansia divina, un gemido amoroso inexplicable, idéntico al que produce el toque sustancial de Dios cuando reclama el amor del alma y la estimación divina, infinita que se merece su bondad. 3.-Las primeras imágenes por las cuales me fué manifestada mi unión o adherencia a la dirección fueron la del infante que permanece adherido al seno de su madre y se alimenta continuamente ora despierto ora dormido, y la del sarmiento unido a la vid. Esto último explicaba especialmente lo que en mis cartas he llamado repetidas veces reposo vivificador, pues a través de . la dirección, mejor dicho, mi alma adherida a V. R. percibía las comunica– ciones divinas en un estado completamente pasivó. Después he leído mi histo-
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