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CARTA CLXXX, 6 SEPTIEMFRE 1920 147 la disposición del cuerpo, pues realmente casi toda la semana estuve mal de salud y todavía no estoy bien. Tuve que hacer ,cama dos o tres días incom– pletos y varios acostarme temprano por el fuerte dolor de cabeza que sentía desde media tarde. Los primeros días de fiebre parecía que no me impedía la oración, pero la semana pasada, sí, y aun esta noche última, pues apenas pude hacer cosa de provecho a pesar de haberlo procurado y desveládome por el afán de hacer oración. 4.-Pero sea ésta u otra la causa, al quedarme a oscuras acrecentóse mi ansia de aniquilación, y, como siempre en estos casos, busqué el lugar que me pertenece para establecerme. en él y practicar la verdad, ya que hurnildi,id no cabe en mi profunda miseria. Para conseguirlo, practiqué algunas diligen– cias y leí la apreciable epístola de V. R. del 14 de julio, pero creo que no me he humillado. Amo sinceramente la humildad; anhelo vivamente poseerla y procuro utilizar todos los medios que conducen al propio aniquilamiento, pero no lo consigo. El conocimiento propio, en lugar de abatirme y atemori– zarme, me produce gozo por el sentimiento de la infinita bondad y miseri– cordia de Dios que lo acompaña. Me gozo en ser nada: para que mi Dios lo sea todo, y el conocimiento de mi negra ingratitud e infinitos desórdenes, que debiera aplastarme, acentúa mi confianza en la caridad divina, así que no con– sigo la humillación que busco. Su apreciable epístola no .la: debo entender, pues su contenido me eleva a Dios en lugar de meterme en mí misma y me deja con hambre del sentimiento inefable y confianza que me produce. Sólo de cuando en cuando, cuando más descuidada estoy, se impone el propio co– nocimiento por modo misterioso, pero no dura ni un segundo. A la manera que el 26 de junio surgió del seno de Dios convertido en tiniebla la justicia o severidad envuelta en negro manto, así, de repente, se impone a mi alma la presencia de un monstruo, corno si fuera otro yo, pero su aparición es más breve que la del rayo, antes que pueda hacerme cargo de su deformidad des– aparece. La visión se cumple fuera de mí, o así parece, aunque entiendo que representa mi criminal conducta o mi historia pecadora. 5.-Imponerse la visión y aniquilarme con un sentimiento terrorífico, acompañado de temor a la divina justicia, todo es uno; pero no dura más que un instante brevísimo, pues en seguida me siento revestida de valor y fuerza y animada de una confianza filial en mi Dios, en su Amor infinito, que se me impone por modo soberano, y acto seguido viene el recuerdo de la direc– ción, de mi Padre verdad, a confirmar y completar la confianza y seguridad que inspira. en mi alma la caridad divina. El acto primario del amor, o sea
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