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CARTA CLXXVIII, 25-26 AGOSTO 1920 Í37 cosas me dijo que no siempre quiere Nuestro Señor comunicarse a las almas, por medio del Director, sino que a veces lo hace directamente, especialmente con las muy adelantadas, etc. Mientras leía esto---me lo dijo en carta-, una respuesta negativa procedente de Dios llegó a mi alma y confirmó esta dolo– rosa experiencia, que ya tenía, de la vida sin dirección o dirección deficiente. Sin embargo, dije: "Voy a probar." Y el resultado de la prueba fué cada vez más fatal. Así le signifiqué al P. Arintero, cuando vino en agosto y me pre– guntó qué tal me iba, extrañándose mucho de mi intranquilidad, desorienta– ción, desconcierto 1 pues, según él, las almas elevadas a ciertos g1;adps de con– templación y unión divina se explican de diferente manera. Mientras me lo decía, Nuestro E>eñor confirmó lo de siempre, añadiendo. que el P.· Arintero, con todo su saber, ignoraba la naturaleza de la dirección a que soy llamada, y por esto se explicaba de aquella manera. La dirección del hombre cierta– mente me sobra, me estorba, etc., etc., pero no es humana sino divina la di– rección que me pedía: Y lo co.n:fírmó recordándome los inefables toques sus– tanciales que se dignó concederme por medio de V. R. el año 1912 y 1913, mientras escuchaba sus pláticas y exhortaciones privadas o las recordaba. Convencida ante las realidades divinas que Nuestro Señor invocaba en apoyo de su doctrina, rechacé los consejos del citado Padre t.an contrarios a mi vocación, pues otro de sus consejos fué que mis dudas. consulte con quien b.ien me parezca, aunque no sea Director y sin notificarlo a éste. Ya, ve, Padre mfo, qué a ciegas andan todos y qué lejos de lo que Dios quier~ de mí. y reclama mi alma. Así lo entendí, y que era inútil dar explica– ciones de mi vocación, modo de ser, etc., porque no salvaría el abismo que ly sep~raba de mi alma para penetrar el secreto, La causa de no salvar el apismo entendí era el apego al propio criterio o a su teología mística; que mi alma ve otro camino y para entenderla hay que escucharla, y se impone para esto la necesidad. de que el Director sea observador, que consulte más a Dios que a la propia ciencia, y con el socorro de las luces del cielo interprete fielmente lo que el mismo Dios escribe en ella. Una vez. más se me impuso la necesidad de volver a la casa de mi Padre verdad, único que conocía responde a los designios de Dios relacionados con la dirección. Pero aunque me había prometido Nuestro Señor que cambia– ría a mis Superiores, etc., no me atreví a escribirles. Me contenté con enco– mendarlo. a su proyidencia, confiando que puesto que todas las cosas son posibles a Dios, por Sí mismo hablaría a mis Superiores y lo arreglaría en tiempo oportuno, y también me resarciría de las pérdidas habidas y por haber,

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