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122 CORRESPONDENCIA DE LA· M, ANGELES CON EL P. MARIANO Advierto que toda la vida he reconocido en mi organismo cierta partici– pación de las. propiedades del alma, mucho más desde los 20 años, y paulati– namente fué pronunciándose la espiritualidad. A fines de junio del presente año conocí que Nuestro Señor intensificaba las gracias que me había conce– dido, pero yo no hice caso ni presté atención hasta la .citada noche que fué servido mi Dios revelarme los altos fines que se propone en ·los dones que me ha concedido y me concede, y me confirmó lo que ya había conocido o sos– pechado muchas veces, esto es, que me unen relaciones de especial intimidad con la naturaleza angélica y que participo sus perfecciones. La extensión de dicho influjo lo experimenté en el momento preciso en que mi Dios me mos– traba el principio de mi vida natural, elevado por la santidad de mis padres y su glorificación, y, dejándolos en el lugar que corresponde a sus méritos, me requirió para la .sublime espiritualidad a que fuí predestinada, mostrán– dome al mismo tiempo a V. R. como mi padre, mi madre, mi todo. Puede leer la carta donde le daba cuenta de la comunicación de referen– cia (1), y tal vez podrá completarlo, aunque omití muchas cosas por falta de tiempo y porque es imposible manifestar tantas cosas como vi y entendí. Escrito lo que antecede, recibí su grata del 24, complemento de la ante– rior. Otro día hablaré de ello, hoy quiero terminar el asunto que me ocupa– ba, y contestar a sus preguntas sobre los Ejercicios. 5.-A lo dicho anteriormente iba a añadir que lo raro y monstruoso en mi historia es que reconociendo los dones y favores que mi Dios se ha dignado concederme y a pesar de su influencia, soy perversísima, le he ofen– didp mucho a mi Dios, a Dios, que me ha colmado de favores, como si le hubiese sido. fiel. El vivo sentimiento del contraste que forman la conducta de Dios y mi horripilante proceder me hace temer algunos momentos el terrible juicio que me espera, y le pido a Nuestro Señor que lo adelante y me inflija en vida las penas que merezco. Pero al mismo tiempo que amo la justicia y deseo resarcir los agravios divinos, temo la severidad de Dios y busco la mi– sericordia y caridad divinas, y refugiada en estos atributos llamo a la justi– cia y la requiero para que se imponga a mi alma y con sus dolorosas impo– siciones resarza el detrimento causado a su gloria con mis muchos y gravísi– mos pecados y el inconcebible abuso de las gracias y mi negra ingratitud. Estos días mismos, varias veces en los momentos que más viva e intensa– mente sentía el desorden de mi vida, repercutían en mi alma las casi prime- (1) Véase más arriba, pág. 112.
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