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CARTA CLXXVI, 18 AGOSTO 1920 111 tendida por el espacio a dérecha e izquierda hasta los ·confines de la tierra, a la vez que un mundo de luz e inmenso globo, especie de boca abierta, pre– parado para absorber la vida y perfecciones infinitas de Dios Uno y Trino, que se revelaba en la mística altura a corta distancia. No me cabía el alma en el cuerpo, y aunque la operación fué espiritual, me dolían las costillas como si se hubiesen quebrado, y desde entonces permanezco así. Habitual– mente se encuentra mi alma como abierta de par en par delante de mi Pa– dre (que, como he dicho, le veo en el seno de mi Dios y al mismo tiempo a Dios en su seno) y extendida inmensamente; y de cuando en cuando, como si una mano invisible tirase de ella, siento que se dilata más y más, y al mismo tiempo se intensifica mi hambre y sed de Dios, de vida y perfecciones divinas, y se reproduce el ansia o gemido amoroso que procede de lo más profundo de mi ser, y pido, ora a mi Dios, ora a V. R. (que para mí es uno), que cuanto antes imprima en los anchurosos senos de mi alma abierta o rasgada la noción de la infinita e incomprensible grandeza de Dios y de la propia nada degradada, como preparación para todo lo demás, que espero y anhelo con ardor creciente. No puedo explicar mejor lo que siento, pero es cosa muy divina y me re– cuerda la actitud de los Serafines en la presencia de Dios. Ya antes, al prac– ticar los actos de humildad y resignarme toda en las manos de mi Padre, para que me despoje de todo lo que le desagrada, se me imponía el senti– miento de la infinita grandeza de Dios, como si reviviera una de las huellas divinas que mi Dios Uno y Trino dejó a su paso por mi alma en los Ejer– cicios del año 1912 un día, hora de la siesta, que me habló V. R. del inefa– ble misterio y arrancó de mi alma esta exclamación: "Dios Uno y Trino, ¡ qué grande es!; y es mío, lo veré como es y le poseeré eternamente. j Qué dicha!", abandonándome inmediatamente a la voluntad y justicia divinas para que me adaptasen, etc. Pues bien: esta huella o sentimiento, que du– rante mi larga orfandad parecía ocultarse a temporadas y revivir de cuando en cuando para medir las distancias que me separaban de aquella grandeza divina que gusté con viveza, etc., dicho día 14, y también el 13, revivía cuando repetía el acto de humildad y resignación, y despertaba en mi alma el vivo anhelo de un sello o impresión divina que debe acompañar al cono– cimiento de mi nada criminal que es el conocimiento, sentimiento, noticia o no sé qué, de la infinita grandeza de mi Dios Uno y Trino; y con ansia in– explicable le pedía a mi Padre que me selle con este sello divino, o lo pro– nuncie, si es que lo tengo, pues tuvo tal y tan divino poder sobre mi alma en
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