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60 CORRESPONDENCIA DE LA M. .'\NGELES CON EL P. MARIANO esta humildad que exige y prevé en mí, de cuya humildad le resul– ta mucha gloria. Bien quisiera yo, mi queridísimo Padre, decirle lo que entendí y entiendo acerca de esta humildad que mi Dios y Señor exige de mí, y de la gloria que espera recibir de mi: alma, si llego a poseerla en el grado que su Majestad quiere; pero no puedo. Pediré al Se– ñor que se lo dé a conocer, y espero que así lo hé}rá. Manifestado por Dios lo que dejo indicado, sentía yo grandes an– sias de ser humilde, muy humilde, para glorificar mucho a mi Dios y vivir aquella vida de unión íntima con El, que su Majestad me in– dicaba que quería que viviera, y de cuya vida de unión esperaba re– cibir tanta gloria. Con estas ansias rogué al Señor que me quitase esta soberbia tan grande que tengo, este espíritu de orgullo y vani– dad que me domina y este buscarme a mí misma en todo (aun en el mismo Dios, concediéndome la gracia de un profundo conocimiento de mi miseria y un aborrecimiento tal que no pudiera fijarme en mí n¡ un solo momento : esto es, que al verme a mí misma miserable hasta no más, el amor que tengo al bien y el asco y aborrecimiento al mal (máxime propio mío), me obligue a darme un puntapié-digá– moslo.así-a mí misma, a enajenarme de mi propio sér y a colocarme en Dios y convertida en una pura capacidad de amor para emplearme en amarle y amar sólo a :Él y todas las cosas en m en la forma que el mismo Dios me indicaba que deseaba que hiciera. Al hacer esta. petición a Dios Nuestro Señor y a la vez otra, esto es, que tuviese la bondad de mostrar a V. R. mi alma con todos los pecados y fealdad habidos y por haber en ella, cuyo conocimiento considero yo ser como la causa y origen de esta humildad que el Se– ñor busca en mí, entendía que Dios Nuestro Señor me conceder:ía con plenitud la gracia que le pedía de ser humilde, y vivir en F:l y darle mucha gloria, y que me concedía por medio de. V. R. en la misma forma que yo, inspirada por el mismo Dios, había propues– to a su Majestad. ¡ Qué contenta quedé! ¡ Qué descanso tan grande sentí! Mas no fué esto todo. Subí al coro alto para asistir al santo sa– crificio de la Misa, y durante la misma me pareció que Dios Nuestro Señor, en la persona de V. R., recorría todos los senos de mi alma, y que al recorrerla quitaba todos los defectos que había en la mis-
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