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58 CORRESPONDENCIA DE LA M. .'\NGELES CON EL P. MARIANO infundo Yo en el corazón para que se ofrezcan libre y espontánea– mente al cumplimiento de mis designios. Del ofrecimiento libre y espontáneo de Isaías me valí para anunciar al mundo los secretos contenidos en el libro de sus profecías y del que repetidas veces ha hecho (uso) tu Padre Espiritual para remediar tu necesidad. Tú ya estás remediada, ya tienes quien cuide de ti ; no tienes que pensar nada más que en. obedecer. Es, pues, necesario que ahora: tú también te ofrezcas libre y espontáneamente al cumplimiento de mis designios relacionados con mi gloria y la salva<;ión de las almas». Al hacerme Dios Nuestro Señor esta insinuación (o no sé qué) de su voluntad divina; sentía yo una com0 confusión o vergüenza de haber tenido tanto tiem.po abandonada su causa casi por completo, por estar pensando siempre en mis pecados, y ardientes deseos de de– dicarme toda en adelante con doblado fervor a velar por los intereses de su gloria en la salvación de las almas ; un celo ardiente de su honor y un aborrecimieno grande, muy grande, al demonio y demonios que tratan de extinguir la fe y religión en España, y tal que deseaba a todo trance entrar en ha.talla con ellos, especialmente con Lucifer, pareciéndome que podía: véncerle en virtud de la omnipotencia de Dios, cuyo honor defendía:. Sentía grandes ansias de humillar al de~ monio y hacerle sufrir mucho más de lo que ha gozado y goza con los triunfos que a diario obtiene contra Dios en la inmensa mayoría de las almas en el mundo y de un modo especial al presente en Es– paña. Y en mi deseo de emprender la batalla contra él, pregunté a Dios Nuestro Señor adónde iría a buscarle, pues ignoraba dónde se hallaba; y entendí que lo hallaría en la mayor parte de las almas que pueblan el universo, pero que comenzase a buscarle en España. El medio que me indicó para conseguir el intento de vencerle es la ora– ción y la confianzá en la bondad infinita del mismo Dios, que tan propicio estaba a favorecerme y de cuya bondad tengo. tantas expe– riencias. Me insinuó también que sería muy. de su agrado que solici– tase de su Majestad Divina la gracia de revestir a los católicos espa– ñoles con la virtud de su Divino Espíritu, y que pidiese esta misma gracia a la Divina Persona del Espíritu Santo; y alguna cosita más que omito referir. Propuse hacerlo así, y también procurar quebrantar mi soberbia, y ser múy humilde y enseñar a todas mis religiosas a serlo, para
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