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46 CORRESPONDENCIA DE LA M. ÁNGELES CON EL P. MARIANO pena y hasta me infunde temor el mirarla por verme retratada en ella en el colmo de la iniquidad y malicia a donde he llegado y «en el que me hallo, siendo por consiguiente para Jesús y V. R. un peso enorme, del cual yo .quisiera librarles con .anular (si posible fuera) todos mis crímenes y la malicia tan grande que he adquirido y tengo para todo lo malo. ¡Ay•Dios mío, qué pena tan grande tengo! ¿ Y cuándo me veré yo libre de este estado? 2 .-Todo lo que me dice en su carta es verdad. Yo soy la hija pródiga, y lo soy tanto que más ya no puede ser. Soy la oveja per– dida; por esto Jesucristo Nuestro Señor, al final del siglo pasado y principios de éste, por espacio de unos dos meses, se dejaba ver de mi alma bajo el aspecto de un .cariñoso y tiernísimo Pastor, conduciendo multitud de ovejitas, muy acarici!ldo de éstas, pero siempre triste, sin poder su corazón hallar satisfacción en las caricias que incesante– mente ya unas ya otras ovejitas le prodigaban, por no tener a su lado una, cuya ausencia le causaba más tristeza que le producía consuelo. la compañía de aquella numerosa multitud que tenía en su compañía ; tristeza que subía de punto y redoblaba en Él al paso de los sufri– mientos de la infeliz oveja descarriada, quien desde que se alejó de Él estaba sufriendo horrores, gimiendo siempre por verse de nuevo en 1a dulce compañía de su Pastor y sin poder ir a él, pues sabía que por sí misma no podía salir de los zarzales que la apresaban, ni ir a Él sin alguien que la condujera. El Pastor' pensando siempre en la descarriada oveja y ésta pensando siempre en su Pastor. Aquél si– guiéndola a todas partes con su mirada y su amor, y ésta llorando inconsolable porque .no podía ir a Él. Los dos sufriendo y sin poder remediar, pues ni el Pastor podía venir adonde estaba la oveja, por hallarse como imposibilitado para desenredarla de las zarzas en que se había metido, ni la oveja podía librarse por si misma. «Esa eres tú-me decía Jesús-; tanto ha que te espero, sufriendo tu ausencia y tus penas, las que siento más que las propias mías, y no acabas de volver a mí». «No puedo, Dios mío-le contestaba yo-porque vuestra voluntad y el decreto infalible que tenéis de que me conduzca a Vos un Ministro vuestro me impide ir por mis propios pies, como os impide a Vos el venir a mí a pesar de los ardientes deseos que tenéis de verme cuanto antes a vuestro lado, y ser poderoso para todo. Si fuera yo como algunas que no les cuesta trabajo comunicar las
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