BCCCAP00000000000000000000804

no hubiese pecado el Hijo se hubiera encarnado. Por amor a Dios y por amor a los hombres. Por amor a Dios, porque el Padre quería encontrar una criatura que fuese capaz de amarle de una manera infinita, apropiada a El. Y por amor al homrbe, porque el amor pide hacerse semejante a aquel que se ama. Lo cierto es que Cristo es la «imagen de Dios» en medio de los hombres: «Quien me ve a mí, ve al Padre.» Por El fue creado todo lo que se ha creado en el cielo ... , y en la tierra. Y El es el primero de todo lo divino que hay en la tierra. El vino a poner la huella de Dios en el mundo de una manera perceptible para los hombres. La Iglesia es un cuerpo místico que le tiene a El por cabeza. Y aunque nosotros .le vemos, a veces, como un cuerpo ulceroso, enfermo, corrompido, tiene una cabeza divina, y esa cabeza mística, que es Cristo, la va renovando continuamente, y la hace pasar de los sombras a la luz, y la hace triunfar a pesar de todas las enfer– medades internas y todas las persecuciones externas. Ni la muerte puede con El. Pues la muerte fue vencida por El en aquella mañana radiante cuando surgió del sepulcro, también como el primero de todos los hombres que tenían que resucitar a su ejem– plo y a su hora. El es la plenitud de Dios. Porque el Dios que podría hacer otros mundos más hermosos, aunque cada día el hombre se está sor– prendiendo ante nuevos descubrimientos, no podía hacer una cria– tura más perfecta que Cristo: el Dios hombre. Gracias a El, a su sangre, a su cruz, Dios se reconcilió con los hombres. Y por esa misma cruz quiso que viniese la paz, la recon– ciliación y el amor entre los humanos. No es nada extraño, pues, que cualquier hombre que haya pensado un poco en todo esto le haya escrito a Cristo ese mensaje sobre la pizarra de la playa: «Je– sús, yo te amo.» 97

RkJQdWJsaXNoZXIy NDA3MTIz