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El avance que podemos captar es que ahora, por ejemplo, frases como éstas no se pueden pronunciar en público. Aunque se vea una esclavitud camuflada con otras palabras. Hay muchos hombres, aquí y ahora, que viven en condiciones semejantes a los esclavos de antes. Pero hemos de luchar por esa igualdad, aunque muchos perezcan en la demanda. Es un hito, que aunque se barrunte lejano, llegará. Y no sólo en el reino escatológico, sino en este planeta que Dios creó para nosotros. Tenemos que empezar por borrar fronteras de desigualdades en el terreno de lo económico, que son las que más se notan. Que sea verdad aquello que fue escrito también hace más de un siglo: «La igualdad en la riqueza debe consistir en que ningún ciuda– dano sea tan opulento que pueda comprar a otro, ni ninguno tan pobre que se vea precisado a venderse.» Saltando de lo económico a lo espiritual, ante Dios, potencial– mente, todos somos iguales, pues él es el Dios de todos, el Re– dentor de todos, el Salvador de todos ... Como bien dice San Pablo, somos sus hijos y sus herederos. Esta posibilidad está abierta para todos nosotros. La igualdad radical, insistimos, es evidente. Pero aquí como en todo siempre habrá hombres que cultiven mejor la semilla, que ha– gan prosperar más los talentos y que aprovechen mejor la gracia de Dios. En fin, que se vuelve a cumplir la parábola del sembrador, en la cual la semilla dio fruto del treinta, del sesenta y del ciento por uno. Y de los talentos, que unos llegaron hasta diez, otros hasta cinco y otro se quedó en uno sólo. El hecho de que existan santos en la Iglesia constata una vez más esa verdad evangélica. Pero quede bien claro, una vez más, que no podemos despreciar a nadie. Porque fundamentalmente todos so– mos iguales y todos podemos escalar las mismas cotas. Y puede haber un ladrón, tan ladrón, que a última hora robe el cielo y entre el primero en el paraíso, como ya sucedió en un Viernes Santo histórico. 91

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