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Duodécimo domingo «Ya no hay distinción entre judíos y gentiles, esclavos y libres, hombres y mujeres, porque todos sois uno en Cristo Jesús» (Gal. 3,28). LA IGUALDAD COMO UTOPIA Pongo este título teniendo en cuenta las mismas palabras de San Pablo. Sin duda todos comprendernos que hay una igualdad bá– sica: el ser hijos de Dios, por el bautismo, por la fe. El ser sus propias criaturas sin discriminaciones de ningún género. Y hay otra igualdad corno meta que se cumplirá algún día. Como una tarea que tenemos que realizar en este mundo todos los que creemos en un mismo Dios y en el Señor Jesucristo. Entre esos dos polos podemos poner todas las desigualdades que queramos. Pero siempre con la convicción que tenemos que luchar contra ellas, por hombres y por cristianos. El mismo San Pablo aceptó las desigualdades que veía en su mundo: por ejemplo la esclavitud. No arremetió directamente contra la esclavitud. Aceptó incluso las desigualdades sociales. Quizá tenía a corta fecha una esperanza escatológica. Pero ... , en realidad, el cristianismo, en esto corno en tantas cosas, no hizo nada más que plantar la semilla, y luego cultivarla para que ella fuese creciendo y reventase por alguna parte. A veces por los ángulos más extraños. Lo que no podemos nunca admitir es lo que tan oronda y campa– nudamente dijo hace un siglo, en un discurso, nuestro Cánovas del Castillo: « Tengo a la igualdad por anti humana, irracional y absurda, y a la desigualdad por derecho natural.» En virtud de ese fingido derecho se pueden cometer las mayores injusticias. 90
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