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tica» del hogar por nuestros padres que en el bautismo han res– pondido de esa fe y se han comprometido a enseñarla. Luego, cuando esa fe se hace adulta, consciente, debe llevarnos a una transfiguración en Cristo. Porque fe no es un mero almacenaje de conocimientos en el cerebro. Fe es una vida. Es creer, más que en una palabra, en una persona que camina con nosotros por el sendero de nuestra propia existencia: Jesucristo. Y si de verdad creemos en él, tenemos que terminar por conformarnos en él. Pienso que esta transposición de la fe desde la teoría a la prác– tica es lo más difícil para nosotros los cristianos. Pero tenemos que insistir que mientras eso no se dé, no podemos decir que tenemos una auténtica fe en Cristo. Que somos de verdad cristianos. Santa Teresa, cristiana enamorada hasta la locura, de Cristo, llegó a escribir aquello de «no sé si soy yo la que vivo, la que hablo, la que ando, la que respiro, o es otro el que vive, el que habla, el que anda, el que respira en mí. .. ». Aunque no lleguemos a esas alturas místicas, todos tenemos que caminar por el camino en cuya direc– ción se nos puso por medio del bautismo. Tiene que ser un ca– mino de fe, de amor y de cruz. Por eso abracemos con fe y amor esa pequeña o gigantesca cruz de nuestra vida, que nos tiene crucificados con clavos de dolores y coronados con espinas de penas. Es el único camino para el cielo, alegrémonos de que la Cruz no nos abandone, porque un día, de nuestros hombros que han sufrido mucho, de nuestros ojos que han llorado amargamente, de nuestra alma que ha tiritado como la de Cristo ante el cáliz de nuestra amargura, se desprenderá intacta o rota nuestra cruz. Será la hora de nuestra muerte. El camino de nuestro vivir habrá terminado. La cruz de nuestra vida habrá caído al borde mismo de nuestro cadáver. Pero entonces, mientras portan un ataúd con nuestro cuerpo hasta el cementerio, alguien llevará una cruz y la pondrá sobre nuestra tumba. Todo un símbolo y toda una meta a lograr. La vida que comenzó señalada por la cruz en el bautismo, guiada por la misma señal de la cruz durante la existen– cia, es coronada por la cruz -signo de redención y de triunfo– al final de la jornada. 89

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