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Undécimo domingo «Estoy crucificado con Cristo: vivo yo, pero no soy yo, es Cristo quien vive en mí» (Gal.2,19-20). CRUCIFICADO CON CRISTO Hubo un hombre en la Edad Media que pidió ardientemente, como gracia especial padecer en su carne un poco de los muchos sufrimientos de Cristo en la cruz. Y un amanecer, en lo alto de un monte -el Avernia-, fue marcado por las llagas de Cristo en las manos, los pies y el costado. A ese hombre, San Francisco de Asís, se le conoce con el título de «alter Christus»: El otro Cristo. Pero resulta que ese título nos debe corresponder a todos nos– otros si vivimos consecuentemente el cristianismo. San Pablo se autoconfiesa en esta su carta de hoy y nos dice cómo está cruci– ficado con Cristo, que vive en él ... Esa estigmatización interior se llevó a cabo en él por medio de la fe. Que le dio la creencia en Cristo, el ánimo para seguir a Cristo. El mismo Jesús nos gritó a todos que el que quisiera ser su discípulo le siguiese cada día cargando con su cruz. Y San Pablo nos traza un poco la pauta de cómo se realiza eso. Comienza en el bautismo, por medio del cual morimos al pe– cado y somos crucificados con Cristo (cf. Rom, 6,6). En el Bautismo nacemos a una vida nueva. La vida de la gracia y de la fe. Somos incorporados a Cristo con todas las consecuencias. Y nos es infun– dida la fe. Esa fe que tiene que ser transmitida en «la iglesia domés- 88
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