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Octavo domingo «La muerte ha sido absorbida en la victoria. ¿Dónde está, muerte, tu victoria? ¿Dónde está, muerte, tu aguijón?» (1 Cor. 15,54-55) ¿LA VICTORIA DE LA MUERTE? Quizá nunca como ahora los hombres se pueden dar cuenta del triunfo cotidiano de la muerte. Por las calles de nuestras ciudades pasa el desfile de la muerte, en carrozas ricas o pobres, coches de todas las marcas... Por las noticias de la prensa nos enteramos del número de ac– cidentes mortales del fin de semana. Y más veloces aún las emisoras nos traen las noticias al ins– tante, y la televisión la imagen. Sin embargo, en medio de tanto luto hay un resplandor de espe– ranza. Es algo así como la luz que surge de la noche o vigilia del Sábado Santo en cualquier liturgia cristiana. Se apagan todas las luces, se cierran todas las puertas de la esperanza. Pero de pronto surge una llamita: es una luz nueva. Car– gada de simbolismo y de alegría. Y se enciende el cirio Pascual que representa a Cristo, y luego se hace más luz que nunca. Ante la liturgia de Pascua resonante de aleluyas y rebosante de luz, no puede menos de llenarse de alegría el corazón de los hombres. 82

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