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Quinto domingo «Pues bien; tanto ellos como yo esto es lo que predicamos; esto es lo que habéis creído» (1 Cor. 15,11). EL EVANGELIO Y «MI» EVANGELIO San Pablo se presenta a sí mismo como transmisor del Evan– gelio, al cual se adhirieron, por medio de la fe, los corintios. El lo proclamó, ellos lo aceptaron. He aquí el problema eterno de la palabra de Dios. Requiere una proclamación por los medios que sea y una aceptación por la fe, haciendo la palabra de Dios vida. El Evangelio se hace «mi» Evangelio cuando yo lo vivo. Cuando lo encarno en mi vida de fe y testimonio ante los demás. Pero atención, tiene que ser el Evangelio de Jesucristo. No un Evangelio particular que yo me he fabricado para mi uso y abuso, para andar por la vida a mi aire. Existe el enorme peligro de mutilar el Evangelio para escoger aquello que nos conviene y dejar a un lado lo que no nos conviene. No es que no nos convenza. Porque la misma fuerza tienen unas pa– labras que otras, sino que no nos convienen. Con esto no se quiere decir que no se haya de interpretar el Evangelio. Por eso mismo que Cristo se encarnó y predicó en una circunstancia histórica, y predicó para todos los hombres, es muy importante tener en cuenta lo siguiente. ¿Qué quiso decir Cristo con lo que dijo? Teniendo en cuenta la mentalidad de los oyentes, la lengua que utilizó, las circunstancias históricas y políticas. ¿Qué es fundamental y qué es accidental? ¿Qué es verdad y qué es parábola? Y, además, se ha de tener en cuenta -y esto bien claro lo expresa San Pablo- que el Evangelio antes fue predicado que 76
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