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chos miembros, no uno sólo.» «Vosotros sois el cuerpo de Cristo y cada uno es un miembro.» ¡Qué bien si sacásemos la lección para ahora mismo! Nos hace mucha falta comprender que somos uno, que un mismo espíritu es el que nos alienta, una misma fe, un mismo ideal. Que no debiera haber derechas ni izquierdas, sino que con ambas manos debiéra– mos laborar para el bien de la Iglesia. El partidismo que desgarre la unidad va contra Cristo. Si queremos que los demás cristianos no católicos sean uno -según hemos pedido en el octavario de la unidad- tenemos que comenzar por dar ejemplo. Y claro, que la unidad no es uniformidad. La diversidad se im– pone. En el cuerpo hay diversos miembros. No se nos ocurre apo– yarnos en las manos, eso sería andar cabeza abajo o «patas arriba», lo cual suena mucho peor. Cada miembro en su sitio y con su misión. Distintos, pero unidos. Nos sucede a veces que somos como miembros dislocados. Qui– siéramos ocupar los puestos de los otros ... «Si yo fuera ... Si a mi me dejaran ... Tenía que estar yo allí. .. » Siempre queremos hacer lo que no nos compete. Arreglar la parcela del vecino, mientras en la nuestra crece la cizaña. Y lo que hacemos es llevar nuestra ci– zaña a la parcela de los otros. Si desde ahora mismo, tomando conciencia de que nosotros somos Iglesia, cuerpo místico de Cristo, nos propusiéramos cumplir nuestra misión específica y dejáramos a los demás con su tarea y con sus criterios, la cosa iría mucho mejor. Pues cuando juzgamos a los otros, y a eso somos muy inclinados, nos faltan elementos de juicio y no podemos componer el rompecabezas. Mejor dicho, lo convertimos todo en un rompecabezas sin solución. Todos nos necesitamos a todos. Todos debemos respetar a to– dos. Todos podemos opinar, pero no imponer nuestras opiniones. Pensando siempre que otros saben más que nosotros. Y que a otros les ha sido asignada la autoridad de la Iglesia. Es un servicio dentro del cuerpo místico, y como tal deben ejercerla. Dejárnoslos a ellos y no trastroquemos los papeles, que lo ponemos ... -y valga repetir la frase vulgar- «patas arriba». 73
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