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reumon para tratar problemas espirituales. Todo maravillosamente planificado. Las conclusiones ya acordadas antes de leer las po– nencias y menos discutirlas. Tan estructurado que no quedaba ni un resquicio para que entrase el Espíritu. Sobre la mesa presiden– cial, diversos telegramas. Había uno de color blanco, de fabricación casera, vamos. Fue el primero que se abrió. Decía simplemente: «Ex– cusen mi ausencia», el Espíritu Santo. Y es que hemos venido juzgando al Espíritu Santo como a un Dios de Tercera División. Que El me dispense lo irrespetuoso de la frase, pero no sé expresarme de otra manera. Sabíamos, sí, que sólo existe un Dios y tres personas: el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo. Los tres un solo y único Dios verdadero. Iguales entre sí, etcétera. Hasta aquí todo perfecto. Pero en la práctica al Espíritu Santo lo considerábamos inferior. Al menos eso me parece a mí. Y, sin embargo ... Que en la práctica, ahora, es la más importante de las tres divinas personas. Porque es a la que se le ha encomendado la santificación de los hombres. Aunque sea misión de las tres divinas personas -un solo Dios-, sin embargo, es específico del Espíritu. Cristo mismo, al concluir su obra redentora, lo dijo: «Os doy, y os envío al Es– píritu Santo, El os lo enseñará todo.» Y así ha sido. Pero le tuvimos miedo. Porque el Espíritu es sor– prendente. Se presenta en forma de paloma mensajera -y ¡qué mensajes, Dios mío-, de vendaval, de fuego, terremoto ... Todo eso hace cambiar las estructuras constituidas. Se tiene miedo que el edificio se venga abajo. No es precisamente eso lo que intenta el Espíritu Santo. Por recordar algo tan vulgar e importante como hacen algunos ayun– tamientos, es una especie de «operación derrumbe». Quiere una continua renovación. Que vaya desapareciendo lo viejo y se edi– fiquen, sobre moldes o solares antiguos, cosas nuevas. No es un desprecio a la tradición. No puede serlo, sería la más grave de las equivocaciones. Pero es un recuerdo de que la Iglesia es ante todo un cuerpo misterioso, y el cuerpo se está renovando con tinuamente hasta en la última de sus células. Persistiendo el mismo. El alma de ese cuerpo místico es el Espíritu Santo. 63
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