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Segundo domingo «Seguid mi ejemplo y fijaos en los que andan según el modelo que tenéis en mí» (Fil. 3,17). ORGULLO Y ESPERANZA En todos los Hechos de los Apóstoles alerta el orgullo de San Pablo cuanto proclama su ciudadanía romana. Era ser miembro de aquel imperio que había hecho del Mediterráneo un lago para servi– cio de sus naves, y en cuyas costas se erguía su bandera. Una de las veces que le quisieron azotar. él arguyó que no era lícito azotar a un ciudadano romano sin juzgarle. Todos se alarmaron ante su afirmación. Le visitaron de nuevo y el mismo tribuno, o jefe supremo de la guarnición romana, se llegó a él para enterarse bien si era verdad aquella su afirmación de que era ciudadano romano. El tribuno le confesó que él había adquirido aquella ciudadanía por una gran suma. Y San Pablo contestó: « Pues yo la tengo de naci– miento.» Traigo todo esto porque el mismo San Pablo afirma en la carta de hoy que somos «ciudadanos del cielo». Al hacer esta afirmación, que está a mil años luz de la ciudadanía romana, sin duda se acor– daba de lo que para los hombres significaba tener aquel honor en la tierra. Y, sin embargo ... Ser ciudadano del cielo es ser como Dios, que tiene por morada el cielo. Y nosotros no hemos tenido que pagar ninguna suma, pues Jesucristo el Salvador satisfizo por nosotros ampliamente. Ser ciudadanos del cielo no significa vivir desencarnados de los problemas terrestres. Porque estamos inmersos en medio de un mundo con una problemática especial, que no nos puede ser indi- 34

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