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pero que ya se lee en Platón, deje de ser «un lobo para el hombre», comenzará a ser un hermano para el hermano. Y ya no habrá «dis– tinción entre judíos y gentiles, circuncisos e incircuncisos, bárbaros y escitas, esclavos y libres». Las guerras no la hacen los armamentos, sino los hombres. La psicología no la constituye el paisaje, las montañas, el sol o el verde de los prados, sino las almas. Todo esto puede ayudar, porque siempre el hombre será «el yo y su circunstancia», pero en una es– cala de valores eso marca un índice ínfimo. Lo importante es la mente, la voluntad, el corazón de los humanos. Por eso, pienso, que cuando los grandes hombres, que tienen en su diestra las palancas que mueven a las gentes, tratan de establecer un nuevo orden de cosas, han de contar con las pasiones de los hombres. Y por eso, con mucha más razón, cuando hablamos de un mundo mejor tenemos que empezar por mejorarnos a nosotros mismos. En este sentido, y pese a todos los pesares, la religión siempre ha sido un ingente pacificador entre los humanos. Cuando el hom– bre aprende a dominarse a sí mismo es más fácil que sepa no me– terse con los demás. Cuando, por el contrario, declara la guerra, traiciona a su religión, aunque le dé nombre de guerra santa, o frases parecidas. El cristianismo es amor. Decirlo es repetir por enésima vez lo archisabido. Pero de ahí a que lo practiquemos hay un abismo. Por eso uno no comprende cómo los que dicen practicar un precepto de amor tan inculcado por el Maestro pueden hacerse la guerra. Por ello se comprende la impermeabilización de los paganos a las en– señanzas de Cristo cuando piensan que los que predican una doc– trina tan sublime son los mismos que les lanzaron las bombas. Y hay otras guerras que no hacen estallar las bombas, pero que hacen morir a los hombres: la guerra del egoísmo que no se preo– cupa del hambre de los otros ... Que explota a los otros. Que con– sidera inferiores a los otros. Mientras esas ideas no se borren de las mentes de los hombres no puede comenzar el nuevo orden en el mundo. Por mucho que nos duela. Y el mal será para todos. 103

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