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Pienso que ese título, que llevamos muchos de nosotros, debe hacernos reflexionar. Porque obliga a ser fieles a la Iglesia en todo, aun dejando ciertas teorías muy personales. Hay que saber servir a la Iglesia y al pueblo de Dios, dándole el «mensaje completo». Eso del «mensaje completo» de San Pablo es muy importante. Por– que cualquiera de nosotros, mutilando el Evangelio, la Biblia, los do– cumentos de la Iglesia, y más etcéteras, puede probar todo lo que guste. Por eso, al amparo de la doctrina de la Iglesia, florecen mil teorías contradictorias. Pero un elemental sentido común nos dice que hay que verlo todo globalmente. Y al tratar de sincronizar ese gigantesco rompecabezas que a veces puede resultar el cristianismo, si logramos encajar cada cosa en su sitio, todo tiene perfecto sentido, y tenemos que hacer rodar por el suelo opiniones muy personales, muy halagadoras, pero que no pasan de ser opiniones personales. San Pablo evangeliza incansablemente para ayudar a los demás. Nosotros debemos ayudar a los demás. En cada momento darnos cuenta de a quién hablamos, para preguntarnos: «Y esto mío; para éstos, ¿qué?» Cada cosa en su momento y en su punto; no es lo mismo el pue– blo sencillo que un auditorio especializado. Aunque cada vez creo menos en las especializaciones. Pueden ser tan fatales como lo de aquel médico del intestino que estaba mirando al enfermo por ra– yos X, buscándole una úlcera de duodeno, y el enfermo le dijo: -,-¿Me podía mirar el corazón? -Eso a mí no me importa -respondió el doctor. -Pues a mí mucho, doctor. Con lo cual venimos de nuevo a lo del «mensaje completo». Y sobre todo el saber acomodarse. Ayudar «para que todos lleguen a la madurez de su vida cristiana». Pienso que no hay misión más grande que ésa. Y para eso habrá que sufrir mucho, tener mucho aguante, coraje, mucha sinceridad, mucha sabuduría ... En fin, ser todo un hombre. 90

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