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Decimosexto domingo TODO UN HOMBRE «Me alegro de sufrir por vosotros: así com– pleto en mi carne los dolores de Cristo, su– friendo por su cuerpo que es la Iglesia» (Col. 1,24). Recientemente la televisión española quiso desmitificar al Teno– rio con su musical Don Juan, que ganó el primer premio en el Fes– tival de Montreux. Con lo cual no ha hecho nada más que insistir en la teoría de Marañón de que el típico don Juan es el menos hombre de los hombres, es un subdesarrollado. En el musical televisivo llega el final cuando al último de los donjuanes se le descose un botón y doña Inés, corno cualquier es– posa amante, se acerca a él para casérselo. Quizá por descuido o por malicia le pincha con la aguja, y entonces don Juan se desinfla. Queda convertido en mera basura. Algo parecido nos sucede a nosotros cuando el dolor clava sus alfilerazos en nuestra carne. A San Pablo, no. Nos encontrarnos con un hombre pequeño de estatura, pero todo un hombre. No le importa sufrir: «Me alegro de sufrir por vosotros: así completo en mi carne los dolores de Cristo.» En primer plano siempre Cristo. Y cuando el hombre tiene en el horizonte de su vida, como una meta resplandeciente a Cristo, en– tonces la vida cobra sentido, y ese hombre cada vez se hace más hombre. Porque deja atrás el egoísmo y trata de alcanzar ese ideal que para todo cristiano debe ser Cristo: su doctrina y su persona. Esto no ha de ensoberbecer a nadie. La soberbia es lo que aparta más de Cristo. San Pablo con todo lo que significó en la Iglesia se dice frecuentemente «ministro de la Iglesia». Un servidor de la Iglesia. 98
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