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270 derico II funda la de Nápoles, y los mismos Patarinos enviaban a sus hijos a estudiar a París, luego a Toscana y a Lombardía. Recordemos el éxito de las predicaciones de Francisco en Bolonia, en agosto de 1220; en esa misma época repri– mió vivamente a Pedro Stocia, su ministro provincial, que era doctor en leyes, no sólo por haber instalado a los Her– manos en una casa que daba la apariencia de pertene– cerles, sino por haber organizado en ella una especie de colegio. Parece que el ministro Stacia no tornó en cuenta sus reproches. Cuando Francisco se enteró de la pertinacia de Pedro, lo maldijo con espantosa vehemencia; su indig– nación fué tan grande que más tarde, en la época de su muerte, los numerosos amigos de Pedro Stacia acudieron para suplicarle que revocara su maldición, pero Francisco se negó a ello rotundamente. Con todo, hay que tener en cuenta el hecho que todo lo referente a ese infortunado provincial parece haber sido profundamente exagerado por ciertos hermanos que, bajo pretexto de simplicidad y de pobreza, habrían de buena gana convertido a la ignorancia, y sobre todo a la pereza, en la primera de las virtudes. Los partidarios de los estudios científicos entre los Hermanos Menores invocan, para apoyar sus opiniones, una especie de carta de obediencia, por la cual San Fran– cisco habría autorizado al hermano Antonio, el futuro taumaturgo de Padua, a convertirse en "Lector de teolo– gía", como se llamaba entonces a los que enseñaban esa ciencia. Hasta los ó.ltimos años no se tenía de ese docu– mento más que textos tan sospechosos que los Francis– canos de Quaracchi no se atrevieron a incluirlo en su edi– ción de los opúsculos del seráfico patriarca. Pero los "Opúsculos de Crítica Histórica", en 1902, dieron un texto nuevo y mejor, que hace menos impro– bable la autenticidad de esas breves líneas. "Al hermano Antonio, mi obispo, el hermano Fran– cfsco, salud.
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