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207 otros cardenales que amamos tu orden, deseamos prote– gerte y ayudarte, a condición, sin embargo, que te alejes de esta provincia. -Pero, Monseñor, es una gran confusión para mí en– viar lejos a mis hermanos, y permanecer perezosamente aquí, sin participar de las tribulaciones que van a sufrir. -¿Para qué has enviado a tus hermanos tan lejos, exponiéndolos así a morirse de hambre y a toda clase de peligros? -¿Pensáis -replicó Francisco con animación y como bajo inspiración profética-, que Dios ha suscitado a los Hermanos tan sólo para estos países? En verdad os digo, Dios los ha suscitado para despertar y salvar a todos los hombres, y ganarán almas no tan sólo en los países de los creyentes sino hasta en medio de los infieles. La extrañeza y admiración que estas palabras provo– caron en Hugolino no llegaron a hacerle cambiar de opi– nión. Insistió tan bien, que Francisco tomó el camino de la Porciúncula: la inspiración misma de su obra no estaba en juego. Quién sabe si la alegría que había te– nido en ver la Francia no le confirmó en la idea que debía renunciar al viaje: las almas atormentadas por la necesidad del sacrificio sufren con frecuencia esos es– crúpulos; renuncian a las alegrías más lícitas para ofre– cerlas a Dios. Ignoramos sifué inmediatamente después de esa en– trevista o tan sólo al año siguiente cuando Francisco puso al hermano Pacífico a la cabeza de los misionarios enviados a Francia. PO'eta de talento, Pacífico antes de su conversión fué consagrado Príncipe de la poesía y coronado en el Capi– tolio por el emperador. Un día que había ido a ver una de sus parientas, religiosa en San Severino, en la Marca de Ancona, Francisco llegó también al mismo monaste– rio, y predicó con tan ·santa violencia que el poeta se sintió traspasado por la e1:pada de la que habla la Biblia que penetra hasta en las junturas y las médulas y juzga
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