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205 pone en evidencia cuán general era el estado de ansie– dad de las almas cuando surgió el Evangelio francis– cano, y cómo le estaba, por, todas partes, preparado el ambiente. Pero es tiempo de volver al capítulo de 1217: los Hermanos que fueron a Alemania, bajo la dirección de Juan de Penna, estuvieron lejos de alcanzar el mismo éxito que Elías y sus compañeros; ignoraban por com– pleto la lengua de los países que iban a evangelizar. Tal vez Francisco no se dió cuenta que si el italiano podía entonces bastar, en rigor, en todos los países bañados por el Mediterráneo, no podía ocurdr lo mismo en la Europa central. La suerte del grupo que se encaminó a Hungría no fué más feliz. Con frecuencia los misionarios tuvieron que despojarse de todos sus vestidos y darlos a los cam– pesinos y a los pastores, para tratar así de apaciguarlos. Pero incapacitados de comprender lo que se les decía, así como de hacerse entender, pronto tuvieron que pen– sar en volver a Italia. Hay que agradecer a los autores franciscanos por haber conservado el recuerdo de esos fracasos, y no haber intentado presentar a los Her– manos sabiendo de golpe todas las lenguas por inspira– ción divina, como se contó frecuentemente en tiempos posteriores. Los que fueron enviados a España tuvieron también que sufrir persecuciones. Este país estaba, como el Me– diodía de Francia, asolado por la herejía; pero fué re– primida desde un principio con vigor. Los franciscanos sospechados de ser falsos católicos y expulsados en con– secuencia, hallaron refugio cerca de la reina Urraca de Portugal, que les permitió establecerse en Coimbra, Guimarrens, Alenquer y Lisboa. El mismo Francisco se preparó para partir hacia Francia. Nuestro país ejercía sobre él particular atrac– ción, a causa de su fervor por el Santo Sacramento. Tal vez fuera atraído como contra su voluntad hacia esta tierra a la que debía su nombre, los ideales caballerescos

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