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parte, vió que nadie andaba por allí, la cerró con cuidadito y se volvió. Mientras Ángel terminaba, Celestino se puso a ensayar sin sacar la voz. Comenzó a modular y hacer graciosas muecas con los ojos y la frente, al tiempo que con las dos manos llevaba el compás. Por fin, Ángel cesó de cantar, y como continuara tocando ágilmente el piano, comenzó Celestino su canción: Allí donde luce el sol y siendo ya Capuchino, allí he de misionar; Ángel, fiel amigo mío. ¿ Tú no me has de acompañar?. Al oir la voz de su amigo <lió un salto, y luego de tres brincos se plantó junto a la puerta; mas reflexionó al ir abrirla que interrumpiría a Celestino; por ésto, aunque agarrada la manivela de la cerradura, se contuvo y aguardó. Celestino comprendió que su amigo Ángel no pudo haberse dado cuenta de los primeros versos de su respuesta. Había sido grande el ruido metido por Ángel al dar los saltos y habérsele caído la silla en la que se hallaba sentado. Por eso Celestino interrumpió su canción y la comenzó de nuevo. Ángel admirado, escuchó atentamente hasta que, no pudiéndose contener, al finalizar aquel verso: "¿tú no me has de acompañar?", <lió una sacudida a la puerta hacia la parte que él estaba y se lanzó al cuello de Celestino, tocó con sus labios los oidos de éste y murmuró: _Sí, amigo mío, sí, yo te acompañaré y vestiré el mismo hábito que tú... -77-

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