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venga de cuando en cuando a celebramos la Sta. Misa y a predicarnos. En ese instante un espontáneo del grupo con voz varonil y potente dijo: _¡ Confiamos que Dios y la Virgen nos lo concedan!. Dña. Consuelo, a la vez que se despedía con ademanes de su mano, entró en casa y directamente, sin detenerse, subió al piso, pasó al oratorio, cerró la puerta, se arrodilló ante las imágenes del Corazón de Jesús y la Sagrada Familia, cerró los ojos y... oró... oró. ¡Comunicación celestial! ... Y la oración duró un poquito más de una hora. ¡¡Sí, sí!!. ¡ Dña. Consuelo imitadora de la Virgen María, y hasta modelo perfecto para todas las madres!. Mientras Dña. Consuelo oraba, las personas, que habían quedado en la calle, fueron marchando y comentando lo que habían presenciado: unos ponderaban los designios divinos y la vocación de Celestino; otros resaltaban las palabras y el ánimo de Dña. Consuelo; quienes narraban la final despedida de los dos amigos: lágrimas de Ángel y recogidas por Celestino; y quienes alababan el grito de confianza divina del espontáneo. También Ángel triste y casi, casi llorando, se fue enseguida a su casa y, sin hablar con nadie, se encerró en su cuarto del que solamente salió a la hora de comer. Este método de vida siguió hasta que vino D. José de El Pardo, a quien fue a preguntar por su amigo, como más adelante se verá; mas no se crea que no le costó pocas reprimendas de su madre a la que muchas -172-

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