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Entonces D. José y Dña. Consuelo fueron con su hijo Celestino al oratorio. En él, ante las imágenes del Corazón de Jesús y de la Sagrada Familia se arrodillaron, oraron en silencio unos instantes; luego D. José ya de pie, puso la mano izquierda sobre la cabeza de su hijo -que continuaba de rodillas-, diciendo: _Celestino, hijo nuestro, antes de que tu madre y yo te bendigamos, quiero recordarte lo que continuamente nos has oído: Dios nos ha creado, para que le glorifiquemos haciendo su Voluntad Divina en la tierra y después en el cielo; y seremos felices eternamente. Así que... ¡Ya lo sabes!... Si Dios y la Virgen María te quieren capuchino, sacerdote y misionero... ¡Pues a serlo!. .. Y si ves que Dios y la Virgen María no te llaman para eso... ¡Pues fuera del seminario!. .. Como te hemos repetido: nos escribes, nos pones en la carta la COTRASEÑA que te hemos dicho y... ¡Enseguida vamos a buscarte!... Y ahora mi bendición: "Que la Santísima Trinidad y los Corazones de Jesús, María y José te iluminen, fortalezcan y acompañen siempre, para que seas valiente, reflexivo, decidido y animoso en cumplir la Voluntad Divina. En el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo. Amén". D. José se inclinó, abrazó y estampó en cada carrillo de su amado hijo dos cariñosos y sonoros besos. Dña. Consuelo, que continuaba de rodillas igual que su hijo, le estrechó contra su regazo y apretándole la cabeza junto a su corazón maternal se la cubrió con un chorro de besos y le dijo: -167-

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