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de su hijo; los frailes le recibieron con mucho afecto y cortesía; pero él correspondió con amenazas; visto lo cual, los superiores iban a mandar que el fugitivo saliese; mas busca por aquí, y busca por allí, el individuo no apareció. El paisano se enfureció más y marchó para volver al día siguiente con la guardia civil. Efectivamente se presentó una pareja acompañada del padre del joven solicitando la entrega de éste; mas los religiosos les contestaron que ellos de buena voluntad se lo entregarían, pero que, como no sabían a dónde se había ido o en dónse se había metido, no podían efectuarlo. ¡Claro está! los guardias no se fiaron, o mejor todavía, el que no se fió ni dió crédito a los frailes fue el padre del joven fugitivo, y así ordenó a la pareja que registraran el convento sin dejar rincón por mirar, ni jergón por levantar. El paisano quedó burlado y tuvo que volverse a su casa sin llevar a su hijo, quien inmediatamente después de marchar su padre se presentó delante de los frailes, sin saber estos cómo ni en dónde pudo haber estado. Mas el tiempo fue transcurriendo, el joven había ingresado ya en la orden, y, habiendo terminado felizmente la carrera eclesiástica llegó el día de su primera Misa. Sus padres fueron invitados, no se negaron a la invitación y asistieron al Sto. Sacrificio. Cuando el P. Baltasar, -que tal es el nombre que se le dió al joven al tomar el hábito capuchino- terminó la Misa, salió a saludar a sus padres. Él les presentó sus manos consagradas para que las besaran y ellos llorando las besaron y requetebesaron bañándolas con sus lágrimas al tiempo que le pedían perdón. El P. Baltasar les abrazó y besó también con lágrimas y les animó. -162-
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