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precipicio... ¡ Quita allá!. _Adios nuestros ideales pudiéramos decir entonces¿verdad?.-Dijo Ángel con la sonrisa en los labios y en tono humorístico-. _De seguro que ya no tendrías más contiendas con tu madre. -Replicó Celestino en el mismo tono-. Y conversando unas veces en bromas y otras en serio, se transcurrió el tiempo. A las seis y cuarto, en compañía de sus hermanos y tíos, dejaban ya la ciudad. Jesús y Cesárea hablaban de la Capital Española y sus tíos se reían a más no poder, y Ángel marcaba en su rostro una sonrisilla que bien se notaba ser artificial. El pensamiento de los cuadros le tenía preocupado corno se echaba de ver por las miradas que de cuando en cuando dirigía a la maleta donde su amigo los había guardado. El chófer, al entrar en el pueblo, tocó dos o tres veces la bocina, con lo cual avisó a los que se encontraban en la casa de D. José que llegaban los esperados. En efecto Dña. Consuelo y su amiga Dña. Remedios salieron a la puerta seguidas de dos criadas y dos criados. D. José se encontraba ausente; pero no tardaría mucho en llegar. El automóvil se paró y Cesárea y Jesús fueron recibidos por sus madres con los brazos abiertos, besos y felicitaciones, y tras un breve intervalo, quien coge una maleta, quien un bulto, éste, al dar media vuelta, da un empujón a Dña. Meli que seguía besando a Dña. Consuelo; aquel, al volverse, pega un coscorronazo a Felisa que exclama: ¡Zopenco! ¡ten más cuidado!; ese otro deja caer al suelo una caja que hace gritar a Cesárea: ¡Adiós, mis placas!. En fin, que Ángel tuvo -144-
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