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Había pasado el alegre y risueño Mayo con todos sus primores; los trigos comenzaban a ponerse dorados y los estudiantes abandonaban las aulas para comenzar las soñadas vacaciones. A disfrutar las vacaciones venían de Madrid Jesús -hermano de Ángel- y Cesárea. Él con el doctorado en derecho civil; y ella, hermana de Celestino, que había sido premiada con cinco diplomas. Ángel y Celestino les aguardaban impacientes en la estación de Salamanca. Un estridente silbido de la máquina del tren, cual si hubiese sido un resorte aplicado a los nervios de las personas que en su seno llevaba y de las que en la estación lo esperaban, puso en movimiento a todas ellas; y ya el andén se llena de tanta gente que apenas se puede dar un paso, y ya por las ventanillas de los coches sacan muchos las cabezas, mientras otros, cogiendo los bultos y maletas, se disponen a bajar. Bufa y chasquea la máquina, porque, con poderosos frenos, se la va deteniendo su veloz carrera; y, cuando ya casi está dominada completamente, lanza a los espacios otro silbido que parece un quejido; quejido que a muchos hace gritar: "¡Ya paró!. Subamos.pronto para coger asientos, mas -139-

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