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_Hace usted bien; y otro tanto haría yo. Mira que tiene gracia. Le está colmando de mimos y todavía no está contento... ¡Cuerno!. Parece mentira que obre de esa manera. Despilfarrando continuó Felisa; y la pobre Josefa que también escuchaba, se mordía los labios y ya comprimía su rostro, ya tornaba los ojos en sus órbitas hasta que no pudiendo resistir saltó como una víbora: _La lengua te debiera de cortar, a ver si dejas de hablar y atiendes más a lo que estás haciendo. ¿Qué te importa a tí que el ama o el señorito obren de esta o de la otra manera?. Tú no olvides que estás como yo sirviendo, y que nada nos interesa que Angel sea o deje de ser cura. Además, si Dios Nuestro Señor le llama, hace bien el querer serlo. ¿Te crees que el ama va a ser como tú?. ¿Tú crees que va a ser tan mala que si conoce realmente que Jesucristo llama a su hijo, no le va dejar irse?.¿Verdad Dña. Remedios que deja ser sacerdote a su hijo?. Disimulando lo mal que le sabían estas palabras de Josefa contestó: _Si llego a conocer que tiene verdadera vocación sí; pero mientras no me convenza de esto, no. Dña. Remedios era una de esas muchas personas que se tienen por muy cristianas, porque comulgan alguna vez en la semana y dan limosnas abundantes casi más por ostentación que por caridad y se inscriben en un sin número de Cofradías, cuidándose muy poco de cumplir lo prescrito por éstas tocante a lo que hay que hacer privadamente; y para hacer un retrato de la madre de Ángel, con una sola frase, diré que Dña. Remedios tenía la fatalidad de -135-
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