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rodeaban. Y este consejo recíbelo, no como de la simple persona de D. Antonino, sino de un Sacerdote, que está revestido de la dignidad de otro Cristo. _Ya que apela usted a su dignidad, por esa misma dignidad del sacerdocio prometo seguir ese consejo. Bien sé, que esta promesa me ha de ser causa de tener que sufrir mucho; pero no me arrepiento de haberlo hecho. El Señor me dé fortaleza y tenga misericordia de mí. Continuaron la conversación y habla que habla, pasaron de un asunto a otro y a otro, hasta que D. Antonino indicó que cogiesen flores, si querían ayudarle. Con sumo gusto, y recordando los tiempos infantiles, cogieron flores que iban llevando al Sacerdote, que sentado en la verde hierba, hacía una corona para la Virgen. Cuando la hubo terminado dijo Celestino: _No creía yo que tenía usted tan buenas manos. ¡Vaya!. Ni las coronas que hace Dña. Vicenta están tan bien... Ni son tan preciosas... :¡Qué hermosa va a estar hoy la Virgen!. _Vamos a coger un ramillete cada uno y nos marcharemos: ya va a ser hora .-Esto dijo D. Antonino y, habiendo formado cada uno su ramillete, se volvieron al pueblo.- El Sr. Cura se adelantó, para poner la corona a la Virgen y colocar los ramilletes en el altar. Cuando Ángel y Celestino llegaron a la Iglesia, ya estaba la Virgen adornada con la corona; y los ramilletes se encontraban entre otros que algunas "Hijas de María" habían llevado. La Iglesia estaba casi llena de gente que aguardaba ansiosa el comienzo del ofrecimiento. Al comenzar el acto del ofrecimiento se cantó -129-
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